Así, las famosísimas: “Me siento mal”. “Me cayó mal la comida”. “”Estoy muerta”. “Me acabo de acordar de que dejé la caldera en el fuego”. “Dejé la plancha enchufada”.
Cualquier excusa es válida en el momento de que la idea de fuga se apodera de tu mente. Ya no te importa mucho el sentimiento de zozobra que pueda azotar al susodicho cuando desaparezcas de su lado como por arte de magia.
¿Cuál fue tu mejor excusa para zafar?
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